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Ella y El

Actualizado: 16 may

Esta historia fue publicada en Argentina y formó parte de una compilación de cuentos cortos que escritores aficionados como yo creamos durante la pandemia mientras asistíamos a un taller de escritura dirigido por Javier Schurman. El cuento original fue publicado en mi lengua materna, el español, así que he hecho todo lo posible por traducirlo al inglés y mantener la esencia original. Espero que disfruten leyéndolo tanto como yo disfruté escribiéndolo.


Ella lo mira fijo con curiosidad y nerviosismo. Está tensa, erguida, el cuerpo en estado de alerta, el pelo inmóvil, atenta al próximo movimiento. Siente temor, a veces enojo, otras resignación e incluso tristeza. Sus últimas interacciones dejaron heridas profundas en su cuerpo, reflejo de su violencia descontrolada. En cada nuevo ataque, le toma más tiempo entrar en confianza y sobre todo sanar. La cicatrización y la recuperación anímica se hace más lenta, y el cansancio en el cuerpo aún más evidente.


Él la mira fijo con intensidad y ansiedad. Se siente enérgico, poderoso, con ganas de abalanzarse sobre ella y mostrarle su fuerza, su hombría. Él no repara en las heridas, sólo quiere su atención plena y constante. La sigue permanentemente, la busca en cada lugar, si la encuentra la roza, se sienta a su lado, le respira cerca. Pero una caricia rápidamente se convierte en golpe, en mordida, ataque, pelea y al rato, la calma. Calma de saberse dominante, amo y señor de su territorio.


Se miran. Es un juego y a la vez una muestra de fuerza. Se evalúan mutuamente: quién arremete primero, quién se arrepiente, quién redobla la apuesta, quién se somete y quién finalmente gana. Normalmente es ella quien pierde. Y, aun así, llega el momento de dormir, y se pega a su lado.


Ella quería un compañero y le tocó uno abusivo y bipolar. Mientras evalúa cuál va a ser su próximo movimiento (la sigue mirando fijo, respirando agitado) recuerda que cuando era chica y él aún no había llegado, su vida era más simple y pacífica. Era la única, la reina de la casa, la mimada y preferida. Sigue siéndolo (sabe que su madre tiene especial debilidad por ella), pero ahora comparte todo con él: su comida, sus juguetes, su cama, sus espacios y, sobre todo, a sus padres. Con él llegó la invasión, la locura, los gritos, las travesuras, las heridas y los enfrentamientos. Ella necesita paz, espacios de soledad y siestas sin interrupciones. No tiene la energía de antes y por momentos, necesita volver a ser la única. Aunque si él se va, ella sufre, lo busca en cada rincón, llora sin consuelo.


Él llegó como un torbellino, con ímpetu, demandas desenfrenadas y una incontrolable impaciencia. Mientras espera la reacción de ella (lo sigue mirando fijo, con la boca abierta, respirando entrecortado) se siente incomprendido, juzgado. No sabe cómo controlar lo que le pasa. Tiene momentos de euforia que quiere compartir con ella. Y le insiste, porque la quiere. Y esa insistencia a veces se transforma en violencia, ¿cómo no lo entiende? Desde el día que la vio no puede separarse de ella, necesita de su olor, su calor y hasta de su indiferencia. Ella es todo lo que él no puede ser: calma, resiliencia y armonía. Y necesita que ella empatice y él sólo encuentra descargo en el ataque, lo cual genera todo lo contrario. Y él sufre, mira con ojos desconcertados y se arrepiente, y el ciclo vuelve a empezar porque no encuentra otra manera.


Ahora, en medio de ambos, un objeto preciado: una paloma gris con ojos saltones espera tumbada en el piso con sus pelos deshilachados por las mordidas. Ella se agazapa y se empieza a mover lentamente. Él toma la iniciativa y empieza a correr ágilmente, cruzando el jardín, dejando sus patas marcadas en la tierra, con la lengua afuera por la excitación. ¡¿Quién quiere comer?! Se escucha el grito desde la cocina y la paloma pasa a segundo plano. Él se frena en seco a punto de chocar con ella. Ambos giran sus cabezas mirando a su madre, y se encaminan a la cocina, se sientan y esperan que el plato toque el piso. Se miran. Hunden sus hocicos en el cuenco de la comida. Ese momento que los une y puede cortar cualquier tensión entre ambos.



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